Traducir la experiencia ajena a las dificultades propias: una reflexión 

María Fernanda Trujillo de la Paz 

Cuando nos encontramos en una situación complicada, es probable que no siempre sepamos de qué manera pedir ayuda; consideremos que tal vez lo mejor sería no hacerlo para evitar causar molestias o pensamos nuestra preocupación no es relevante. No obstante, siempre habrá quién tenga la disposición de ayudar o incluso ofrezca ayuda en caso de que alguien llegue a necesitarla, como es el caso de los numerosos recursos de ayuda indirecta que podemos encontrar en línea, por ejemplo: videos de YouTube, páginas de internet o foros en redes sociales. Si acudimos a esas personas, es porque en ellas hemos visto un buen resultado, son figuras exitosas o una fuente de inspiración que, por consiguiente, podemos tomar como una buena referencia. Es decir, al estar en búsqueda de consejos sobre amor, vida saludable, aspecto físico, cuestiones económicas, cómo adquirir una habilidad, entre otros asuntos, naturalmente recurrimos a personas que han tenido éxito después de haber pasado por dificultades similares a las que nosotros mismos estamos padeciendo, lo que genera un sentido de identificación. Esto no sólo se limita a la ayuda que podemos encontrar en internet, sino también en las interacciones personales con amigos, familiares o conocidos.  

En ocasiones, las personas que están frente a nosotros o del otro lado de la pantalla y ponen a disposición sus experiencias, consejos y recomendaciones, lo hacen con las mejores intenciones, aunque también puede darse el caso de que pareciera que la solución a un determinado problema es hacer las cosas como ellos lo han hecho; ya sea porque con sus palabras y forma de hablar eso es lo que nos dan a entender, o porque nosotros así lo creemos. Sin embargo, es importante recordar que lo que a una o varias personas les ha funcionado, puede no ser igual de útil o aplicable para otros debido a las circunstancias individuales.

El hecho de intentar convertir las experiencias ajenas o propias en el estándar de cómo deberían hacerse las cosas puede resultar en sentimientos de frustración o culpa cuando no salgan bien bajo ese método, por lo que no debemos asumir que algo es sencillo o funcionará solamente porque en nuestra experiencia o la de alguien más así fue. Dar un consejo a alguien no debería ser como ofrecer un instructivo de qué y cómo debería hacerse, sino, más bien, ofrecer una alternativa, pero, ante todo, apoyo y empatía con las circunstancias de la otra persona. Asimismo, recibir un consejo no implica que lo que se nos ha dicho vaya a funcionar, será necesario seguir nuestros propios pasos para llegar a un resultado satisfactorio. Por más que admiremos a una persona o confiemos en ella, es necesario considerar otras posibilidades y testimonios que nos brinden un espectro más amplio de acciones; al final, lo que personalmente más nos funcione estará bien.

Asimismo, escuchar o decir frases que en la superficie parecieran ser motivadoras, puede también ocasionar estrés, frustración y sentimientos de culpa en personas que, pese a todos sus esfuerzos, no han alcanzado sus metas. Algunos ejemplos de estas clásicas frases son: “Sólo hazlo”, “Si no puedes es porque no quieres”, “No lo has hecho por flojera”, “Si yo fuera tú, lo haría así”, “Si yo fuera tú, ya lo hubiera logrado”, “No entiendo por qué no puedes, si a mí se me hizo muy fácil”. Con esas frases algunos creen que no conseguir algo es enteramente su culpa o que en realidad las cosas son mucho más fáciles de lo que parecen y que entonces, ya debió de haber podido resolverlo, cuando, en suma, están implicados otros factores como la salud física y mental o las posibilidades que la persona tenga en el momento.

Si bien cada quien es responsable de sí mismo y de sus acciones —y lo que haga o deje de hacer tendrá una fuerte influencia en el resultado de su situación— no podemos minimizar a alguien que continúe teniendo dificultades y afirmar que no ha mejorado solamente porque no quiere. Así como por el hecho de ver a personas a nuestro alrededor diciendo: “Si yo pude, todos deberían poder”, no implica que sea cierto. Cada persona atraviesa sus propios procesos fáciles o difíciles, fructíferos o no, y estos no determinan el valor o calidad moral de alguien. En otras palabras, resolver algo de manera relativamente sencilla no vuelve a una persona mejor, más productiva, proactiva, inteligente o habilidosa. Del mismo modo que se presenten dificultades para alcanzar un objetivo, no implica que alguien sea flojo, despreocupado o que esté destinado al fracaso.

Es innegable la presión que podemos llegar a sentir al ver a otras personas logrando aquello que se nos dificulta o que simulan estar alcanzando metas que parecieran marcadores sociales de éxito, como: sobresalir académicamente, tener un trabajo estable, hacerse de propiedades, tener un buen aspecto físico, tener una vida social activa o formar una familia. También es una realidad que no todos debemos llegar al mismo punto en nuestras vidas, cada quien seguirá un camino diferente que pueda carecer de alguna de las cuestiones anteriores, pero abundar en otras. No se trata de una situación de todo o nada, sino de aquello que nos satisfaga de manera personal y que, sin importar lo que otros crean que deberíamos estar haciendo, hagamos a nuestra manera aquello que para nosotros sea lo más importante. Tanto los logros “pequeños” como los “grandes” son valiosos, así como los fracasos. La medida del éxito debe individualizarse.