Por Rosalinda Becerra
Ser neurodivergente implica navegar por un mundo con un conjunto de características que pueden afectar profundamente nuestra interacción con la comida. La selectividad alimentaria es una lucha común para muchos de nosotros, donde la hipersensibilidad sensorial, puede hacer que los olores, sabores y texturas de ciertos alimentos sean insoportablemente intensos. Esto puede conducir a una dieta restrictiva, limitando las opciones a un pequeño grupo de alimentos seguros, lo que a su vez puede llevar a deficiencias nutricionales y a una falta de variedad en la dieta.
La búsqueda de dopamina a través de la comida es otro aspecto significativo. Para algunos, comer puede desencadenar una liberación de dopamina en el cerebro, proporcionando una sensación de placer inmediato. Esto puede llevar a episodios de comer en exceso, donde la comida se convierte en una forma de consuelo en tiempos difíciles. Sin embargo, estos episodios de atracones pueden generar sentimientos de culpa y vergüenza, lo que puede resultar en un ciclo vicioso que es difícil de romper.
La distracción o el hiperfoco en intereses específicos también pueden hacer que olvidemos comer. Cuando estamos consumidos por tareas, intereses restringidos o simplemente abrumados por el flujo constante de estímulos, las señales de hambre pueden pasar desapercibidas. Esto puede llevar a patrones de alimentación irregulares con largos periodos de ayuno, seguidos por comer alimentos chatarra en exceso cuando se reconoce la necesidad de alimentarse.
Ser un individuo neurodivergente en un mundo predominantemente neurotípico puede influir en cómo nos relacionamos socialmente con la alimentación. Las normas y expectativas sociales que giran en torno a las comidas y reuniones pueden ser fuentes de estrés o exclusión para aquellos con selectividad alimentaria o hábitos alimenticios atípicos. Es crucial entender que estos comportamientos no son elecciones deliberadas ni actos de indisciplina; son simplemente la forma en que nuestro cerebro neurodivergente procesa y responde al mundo que nos rodea. A pesar de estos desafíos, es esencial reconocer que la alimentación en el contexto de la neurodiversidad es profundamente personal y varía de individuo a individuo. No existe una solución estándar, pero al compartir nuestras experiencias y estrategias, podemos aprender unos de otros y encontrar caminos hacia una nutrición que respete nuestras necesidades únicas. Desde la exploración de nuevas recetas que se alineen con nuestras preferencias sensoriales hasta la implementación de técnicas de mindfulness para manejar los atracones, cada paso que damos hacia una relación más equilibrada y saludable con la comida es un triunfo personal que merece ser reconocido y celebrado.