El amor pasajero… literalmente

Por Rae Avalos

Una tarde de invierno, al subir al autobús, después de sentarme y sacar el libro que leía en ese momento, sonó en la radio del conductor una canción que me llevó a un momento específico de mi adolescencia.

Era en esa estación que solo ponen música en inglés, oldies (viejas canciones de la década de 1980 a los 2000), la misma que siempre sintoniza mi papá cuando vamos en carretera por la ciudad, muy extraña de escuchar en el transporte público, por lo general con sonidos de cumbia o norteñas, esa fue la primera señal, como una campanilla que suena anunciando una entrada, el inicio de algo peculiar.

Al abrir Afrodita, un recetario que poco tiene de recetas, pero si mucho de maravilla de la literatura con un elegante toque de erotismo, inapropiado de leer en público, en un autobús a las cinco de la tarde, en una ciudad como esta, por una persona como yo, empezó a sonar una canción que no escuchaba hacia años, You´re beautiful de James Blunt, un pensamiento me llevó a cerrarlo.

Fotograma del video You’re beautiful de James Blunt

En algún lugar, en algún medio, en algún momento de la vida vi que la canción trataba sobre enamorase de alguien en el transporte público, en el caso concreto de la canción, de una mujer en un tren subterráneo en medio de una multitud. El video musical es el cantante en medio de la lluvia o la nieve desprendiéndose, una por una, de las prendas que viste, quedando solo con sus pantalones en lo que parece un bloque de hielo, lo cual podríamos interpretar como que él está confesando sus sentimientos en un estado terriblemente vulnerable, entregando todo lo que tiene, todo a los pies de esa persona que vio por un momento entre la multitud, solo para saltar al mar, le da la cara a la realidad: jamás podrá estar con ella.

El video es muy dramático, acorde a la canción a mi parecer, sencillo, muy de su época, pero no es ahí a donde me llevó aquella tarde.

Mientras reflexionaba sobre el significado de la canción, enamorarse a primera vista de alguien que vez en la multitud, alguien a quien probablemente no vuelvas a ver en la vida, tuve una sensación, yo viví algo muy similar en la secundaria.

Sentí, justo en ese instante, mientras el autobús arrancaba y sonaba esa canción, cómo mi yo de secundaria, de 14 años tal vez, saltaba de su asiento en mi mente, abría un armario en aquella habitación que llevo dentro, solo para esa versión de mí y saco una cajita de madera, la extendía hacia mí, con ojos brillantes, expectantes, esperando a que la abriera. En su mirada un “ábrela, ábrela”.

Elementos presentes en el video musical

Una noche, yo quiero asumir que era de noche porque salía a las ocho de la escuela, pero por alguna razón en mi recuerdo parece que es de tarde, todavía iluminado el cielo, de camino a mi casa, con el cabello amarrado en una coleta alta, sumamente apretada, de solo pensar en ello me duele la cabeza, siento como se estira mi piel, con ese uniforme de un color característico, que si lo menciono, no faltará quién ubique que escuela era, en un autobús amarillo, en el asiento que esta al lado de la puerta para bajar, donde solía sentarme, lo vi a él.

Era un chico con pelo oscuro, largo, para los estándares de la época, por debajo de la altura de las orejas, alto, con una mochila de las que se cuelgan por un lado y te dejan el hombro adolorido y llegas a tirar a tu habitación, manos largas y lo que más me llamó la atención: hombreras de futbol americano.

Se paró a mi lado, no había asientos disponibles, así que todo su viaje lo pasó a mi lado, debía de ir en preparatoria tal vez, recuerdo que su mochila se veía desgastada y tenía parches con logos de bandas de rock, parecía que acaba de ejercitarse, se veía cansado probablemente, no recuerdo su rostro.

Pero sí recuerdo la sensación abrumadora de tenerlo a mi lado, conteniendo el impulso de hablarle, que era muy fuerte, tal vez una corazonada, un “háblale” que con toda mi fuerza contuve, mirando fijamente hacia el frente, respirando pausado y silencioso, en ese absurdo uniforme que era terriblemente cómodo, con el cuerpo completamente rígido, pero, aun así, volteando a verlo, maravilloso para mi yo de 14 años.

¿Me enamoré de él? No lo sé.

Recuerdo que pasé un año tratando de volver a verlo, en el mismo autobús, del cual memoricé su número, a la misma hora, esperando con ansia el fin de las clases, tratando de estar puntual, de volver en el tiempo para vivir otra vez ese encuentro fortuito.

No lo volví a ver, ni en ese tiempo ni ahora, creo, no sé si siga vivo, ni en qué trabaje, tal vez ya acabo su carrera, tal vez esté casado y con hijos… No es que quiera ser parte de su vida, solo me pregunto que fue de aquél joven.

En ese lapso que estuvo a mi lado, no pude evitar preguntarme cuál sería su nombre, sus pasatiempos aparte de lo evidente, qué le gustaba, imaginarme que me atrevía y le hablaba y tenía la oportunidad de conocerlo.

Tengo la teoría de que me maravilló por lo inusual que era, alguien que salía de la norma, de lo cotidiano, resaltando en el tedio de la cotidianidad, un respiro de aire fresco en los monótonos días de secundaria, en los viajes de dos horas en autobús, de la escuela a la casa y de la casa a la escuela, una oportunidad para una aventura, una nueva perspectiva que tal vez me ofrecía la vida y que tal vez yo rechacé. En ese camión entendí lo que quería decir el cantante, no vi un ángel, eso seguro, pero sí viví uno de los recuerdos más valiosos para mí, uno que no recordaba, pero que guardaba como un tesoro, de esos que no tienen valor, como una concha de mar o una piedra bonita, un momento que durará hasta el final.

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