Por Rae Ávalos
Tomar la decisión de asistir a terapia es, por sí solo, un gran paso.
Puede que se presente como un camino luminoso, lleno de esperanza, para ser capaz de afrontar todo tipo de adversidades y los desafíos diarios con los que el ser humano tiene que lidiar durante toda su vida, pero algo de lo que poco se habla y tal vez por evitar desalentar a las personas de acudir y buscar ayuda, es que no siempre va a ser agradable.
Si empezamos por el hecho de que en terapia tendrás que afrontar todo aquello que te molesta, te preocupa, te asusta, aquellas cosas que tratas de evitar voltear a ver, pero sabes que están ahí y te persiguen en tu sombra, se cuelgan de tus hombros, no dejan de rondar tu cabeza y no puedes decirle ni a la persona que más confianza te produce.
Pueden ser cosas tan “sencillas” como el aceptar que no te gusta tu carrera, que no te gusta el rumbo que está tomando tu vida o cosas más graves —aquí pueden implicar algún trauma—, pero ambas situaciones pueden llegar a afectar de igual manera el desempeño de una persona en su vida diaria, ese es el primer reto, y hay que estar conscientes de ello antes de empezar, aunque tal vez, no logres dimensionarlo hasta el momento en que lo vivas.
También existe el estigma sobre la salud mental que puede generar cierto rechazo o reacciones inesperadas en el entorno cercano, en un momento en el que tal vez buscas apoyo puedes encontrar críticas, juicios, comentarios desagradables y es que muy probablemente no entiendan lo que implica, pesa demasiado, sobre todo en nuestra sociedad la idea de que ir a la o el psicólogo es para locos, que es innecesario, por lo que hay que ser consientes de ello y no dejar que la familia y el círculo cercano te detengan una vez que has empezado, sobre todo si sientes que te es de utilidad asistir.
Hay algo de lo que poco que se habla al ir a terapia y es que detrás de ese profesional de la salud que vemos y esperamos nos ayude, hay una persona con un sistema de creencias, pensamientos, vivencias, que lo predisponen a actuar y pensar de cierta manera sobre determinadas situaciones.
He escuchado a personas relatar experiencias desagradables con supuestos profesionales de la salud, experiencias donde enfrentan discriminación, juicios morales, donde tratan de imponerles ideologías y su criterio sobre la forma de vida de la persona, si el psicólogo que te atiende, sin importar los títulos o diplomados, tiene este tipo de un comportamiento al guiar una sesión, debes saber que tristemente te ha tocado un mal especialista y no eres tú el problema (probablemente).
Puede ser una experiencia terrible y desagradable, pero creo que es algo que ocurre más seguido de lo que nos gustaría, por lo general —y basada en mi experiencia personal y en las anécdotas que me han compartido y he escuchado— para encontrar un psicólogo que realmente sea profesional y te guíe en un proceso donde realmente desarrolles herramientas para afrontar las dificultades de la vida, tal vez tengas que pasar por dos, tres o hasta cuatro profesionales que te hagan pasar un mal rato.
Esas personas por lo general no son profesionales, ya que primero, no logran separar lo que ellos piensan, creen y viven como individuos, como personas de su trabajo; segundo, y en mi experiencia, una sesión de terapia o el llevar un proceso de esta índole, no implica un juicio hacia tu persona, tus creencias o pensamientos, ni lo que sientes, si no, por lo general, un acompañamiento a través de todo aquello que te afecta día con día, que hace más pesado el lidiar con los problemas cotidianos.
Entonces si puede llegar a ser tan malo, ¿por qué ir a terapia?
En una de las primeras sesiones de terapia que tuve, primera de varias, la psicológa me preguntó “¿cómo te ves cuando termines con tu proceso de terapia?”, recuerdo el eco que hicieron esas palabras, la imagen que visualicé en ese largo sillón azul marino, en aquella habitación que era pequeña, pero que para mi se sentía lo suficientemente segura como para cerrar los ojos e imaginar.
Recuerdo que no me veía físicamente, no veía mi rostro ni mi cuerpo, la ropa que usaba o mis gestos, pero en aquel ejercicio de imaginar me sentí fuerte, libre y capaz , sentí, por primera vez en mi vida, que encontraba la respuesta a esa inquietud que me robaba el sueño por las noches: ¿quién soy?
Después y antes de ir a esa psicóloga fui a otros tantos, no demasiados, pero, tal vez, no los suficientes y puedo decir —aclarando que es mi experiencia personal y que es lo he vivido como paciente, como clienta o como me nombre la corriente de la psicología que aplique el psicólogo en turno—, que ir a terapia es realmente difícil, empezando por la parte individual, siguiendo con el entorno y terminando con el psicólogo.
Pero a pesar de eso, la sensación que tuve aquel día, aquella esperanza, lo que logré vislumbrar, es lo que me mantiene buscando, lo que me mantiene en este camino pesado y, sobre todo, solitario, pero que sé, me llevará a conocer una versión muchísimo más fuerte, capaz y mejor de mi persona, y sé que a otros también podría ayudar a hacer sus cargas menos pesadas.