Variación filosófica sobre la despedida

Ramsés Oviedo Pérez

Es muy necesario preguntar por la esencia de la despedida; es decir, ¿qué es la despedida? En sentido estricto, la cultura occidental y muchas otras, han estimado inevitable que en el «contenido» de un diálogo termine de decirse lo que quería expresarse, y entonces no hay otra expectativa que cerrar y predisponerse a un diálogo futuro, abierto. 

Esta expectativa, constante e inexperta, subyace quizá inconscientemente en las estructuras del lenguaje. Es una ambición por el retorno, y sin este deseo sumamente nostálgico, Amado Nervo jamás hubiera escrito La amada inmóvil, por ejemplo. En él condensó su afán de reencuentro al expresar que el infierno es la ausencia del Otro, pero de ese Otro que es amado y estimado. El peligro que corre este deseo es propiamente la causalidad: quizá nunca se vuelva a mirar al Otro, y entonces, ambos se disolverían en el mundo de la facticidad perdida. Lo principal, pues, es que hay conciencia de lo que significa no-estar, y esa misma conciencia despierta, da qué pensar. 

Pienso que en la misma despedida hay un injerto que esencialmente corresponde a un acto de salutación, a una «pedida al diálogo». Y esto apunta, por muy escondido que esté, a la construcción de la «promesa», que incluso comienza antes de que se alejen o separen los sujetos. ¿O es que no hay una responsabilidad tanto en abrir como en finalizar un diálogo? Mínimo por cortesía. En presencia del Otro, supongo o actúo en aras de conservar una fórmula binominal del diálogo: «saludo-despedida», soportada en la dupla ontológica «tú /yo» que da lugar al «nosotros», esa instancia que por antonomasia mantiene viva la palabra, el estar. 

Quizá preguntar por la esencia de la despedida, sea preguntar por los silencios y las ausencias; tema que teje relaciones en poesía, filosofía y tanatología. Y es que la despedida es una «licencia» para marcharse. Por ello, despedirse es confiar en la palabra del Otro. También por eso, cuando uno está solo, no hay modo de solicitar un permiso a otra persona más que a «mí».  

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Sin embargo, digo que despedida es tema de silencios y ausencias por el «adiós», que posee un interés público, en la media que es el escollo del deseo de decir, de callar. Con todo, en la médula de este deseo hay un riesgo que, finalmente, no se puede simplificar. Sólo existe el complejo tránsito del no-decir al decir. Y ahí, quizás, sólo las razones del corazón sean una buena escucha.