Daniela Meléndez Reyes
De manera lastimosa, el cuerpo de la mujer se ha visto por mucho tiempo desde los ojos masculinos. Las representaciones al óleo, en las artes plásticas e incluso en la literatura, han construido, diseñado, encasillado y mostrado un modelo corporal ideal, no sólo en los contornos estéticos, sino también dentro de los parámetros de utilidad que exige la convivencia en un sistema patriarcal.
La anatomía de la mujer se ha enraizado en una dicotomía absolutista que lo único que hace es presionar, retener y juzgar; así como generar estándares y estereotipos que alejan a las mujeres de concebirse como seres humanos comunes, con la posibilidad de ejercer y decidir con libertad el modo de llevar su vida:
[…] la imaginación masculina ha debido dividir a las mujeres, para vernos y obligarnos a nosotras mismas a considerarnos polarizadas en buenas y malas, fértiles y estériles, puras o impuras. La esposa ángel victoriana, asexuada, y la prostituta victoriana eran instituciones creadas para satisfacer ambos conceptos, que nada tienen que ver con la sensualidad real de las mujeres, y en cambio sí —y mucho— con la experiencia subjetiva que los hombres tienen de las mujeres. (Rich, 2019, p. 79)
Dentro de las condiciones que esta opresión patriarcal impone sobre las mujeres, hay una en concreto que conjuga ambos aspectos, tanto el corporal, como el mental: la maternidad y de forma más específica el instinto maternal. Con base en las palabras de la doctora Cristina Guadalupe Palomar Verea, podemos entender que el instinto maternal “[…] no es un ‘hecho natural’, sino una construcción cultural multideterminada” (2005, p. 36), una conveniencia para el sistema patriarcal, unido al capitalismo y a las diferentes instituciones que se benefician de la existencia de esta norma sociocultural. Entonces, se puede entender que, el hecho de que la maternidad sea vista (impuesta) como una afección inherente a la mujer, desarrolla la idea de que, de no poder o querer ejercer esta capacidad reproductiva de principio (desde la fecundación) a fin (la crianza de los hijos hasta su autonomía), sugiere un acto antinatural que resta valor y feminidad a las personas.
Para la consolidación y conformación de un imaginario que romantizara y llenara las fantasías maternales de las mujeres, se utilizó por muchos años la literatura; novelas y cuentos, escritos en su mayoría por varones, en los que se describía a la figura de la madre como ese ser (partiendo de la idea de la Virgen) al que no le importa estar en el fondo o al lado del hijo protagonista como un apoyo, una idea de origen o una protección. Siempre abnegadas, haciendo corajes y llorando por la partida o pérdida de una de sus criaturas; entregadas hasta el fin de los límites y vistas como seres que sólo viven para amar. Para este aspecto, es preciso rescatar el testimonio que Adrienne Rich confiesa en su libro Nacemos de mujer…:
Yo fui atrapada por el estereotipo de la madre cuyo amor es «incondicional», y por las imágenes visuales y literarias de la maternidad como una identidad unívoca. Si yo sabía que había dentro de mí zonas que nunca concordarían con aquellas imágenes, ¿no eran estas zonas anormales, monstruosas? […] Yo no podía comprender que este círculo, este campo magnético en el que vivíamos, no fuera un fenómeno natural. Debí de saberlo, pero intelectualmente. Sin embargo, la forma cargada de emoción y tradición en la cual me vi obligada a interpretar el papel de Madre, parecía entonces tan inevitable como las mareas. (Rich, 2019, p. 67-68)
Ante tales efectos de culpa, obligación y estigmatización sufrida por las mujeres que no cumplen con su rol maternal al pie de la letra, es interesante y necesario evidenciar la existencia de, por un lado, las críticas, estudios y reflexiones que otras mujeres feministas o antipatriarcales han hecho contra los estatutos de los roles de género; por el otro, las escrituras subversivas hechas por autoras que decidieron expresar con la literatura, tanto la diversidad en la maternidad, como las partes menos gratas de dicha labor (sea o no interrumpida).
Algunos títulos que hoy recomendamos van desde novelas, hasta cuentos y antologías de cuentos escritos por mujeres hispanoamericanas:
- Distancia de rescate, Samantha Schweblin, 2014, Argentina
- Elena Sabe, Claudia Piñeiro, 2007, Argentina
- Casas vacías, Brenda Navarro, 2019, México
- “El hueco” y “El nadador infinito”, Socorro Venegas, en La memoria donde ardía, 2019, México
- Como una buena madre, Ana María Shua, cuentario, 2001, Argentina
- “Conservas”, Samantha Schweblin, en Pájaros en la boca, 2008, Argentina
- “Cajita feliz”, Nadia Villafuerte, en ¿Te gusta el látex, cielo?, 2008, México
- El tejido de la mujer araña. Maternidades disidentes, Esther M. García (antologadora), 2022, México
- “La venta del chivo prieto”, Laura Méndez de Cuenca, en La venta del chivo prieto, 2018, México
Palomar Verea, C. G. (2005). Maternidad: historia y cultura. La ventana, 22, pp. 35-67.
Rich, A. (2019) “Cólera y ternura”. Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución. España: Traficantes de sueños. pp. 65-86.