Por Rosalinda Becerra
En un mundo donde se dice que “los ojos son las ventanas del alma”, mi experiencia como persona neurodivergente añade una capa de complejidad a esta noción. Desde que era una niña, mis padres me enseñaron que mirar a los ojos era señal de respeto y atención. Sin embargo, para mí, y para muchos otros neurodivergentes, el contacto visual no es tan sencillo. No es que no queramos mirar a los ojos; es que a veces, simplemente, no podemos.
Como alguien con TDAH, el contacto visual puede ser complicado. ¿Qué ojo debo mirar primero? Me pregunto. Si miro mucho rato el ojo derecho, ¿se darán cuenta? Los ojos contienen tanta información sensorial que la sensación de tenerlos fijos desencadena una respuesta física de sufrimiento, que me incita a querer huir lo más rápido posible.
El esfuerzo por hacer contacto visual puede ser doloroso y agotador, y esto puede desencadenar crisis sensoriales para muchos de nosotros. Terminamos sintiéndonos completamente agotados, luchando por mantenernos presentes en la conversación mientras nuestros sentidos se ven abrumados por la estimulación visual.
La gente suele malinterpretar mi evitación del contacto visual. Algunos piensan que estoy distraída o que no me importa lo que están diciendo. Nada podría estar más alejado de la realidad. De hecho, cuando desvío la mirada, es una señal de que estoy profundamente concentrada en sus palabras, tratando de captar cada matiz de la conversación.
Sin embargo, en medio de esta complejidad, encontramos amistades verdaderas. Aquellas personas que valoran y aprecian nuestras diferencias, que no nos juzgan por nuestra dificultad para hacer contacto visual o por nuestras singulares respuestas sensoriales. Estas amistades son un faro de luz en un mar de confusiones sociales, recordándonos que no estamos solos en nuestro viaje hacia la aceptación y la comprensión mutua.
Algo que mi psiquiatra me sugirió es que, si necesito establecer contacto visual, mire justo por encima de la cabeza o al entrecejo de la persona. Aunque no es la solución ideal, esta práctica puede proporcionar un compromiso que alivia la presión mientras se mantiene la conexión.
Creo firmemente en la importancia de educar a los demás sobre la neurodiversidad. Con el tiempo, he aprendido a comunicarme de una manera más efectiva. Ahora, cuando doy una presentación o converso con alguien, suelo explicar mi situación para evitar malentendidos; no es indolencia, ni mala educación, sino simplemente una manera única de interactuar con el mundo. Este blog es más que un relato personal; es un llamado a la empatía y al entendimiento. Si estás leyendo esto y no eres neurodivergente, sé amable y considera las innumerables formas en que las personas experimentan el mundo. Y si eres como yo, espero que encuentres consuelo en saber que no estás solo y que tu forma de interactuar con el mundo es extraordinaria y valiosa como cualquier otra.