Israel Razo Soto
Nuestra casa, el planeta Tierra, es un mundo muy colorido, con tonalidades verdes, azules, rojos, naranjas, morados, amarillos que matizan todo a nuestro alrededor. Maravillados por todos estos colores que nos rodean, desde tiempos muy remotos, hemos creado pigmentos de múltiples colores para recrear paisajes o expresarnos a través de la pintura. Unos dibujos paleolíticos hallados en una roca en Sudáfrica, que se estima son de hace 73 000 años, son una de las de las primeras expresiones artísticas de la humanidad y una de las más antiguas hasta ahora identificadas.
Las pinturas rupestres encontradas en rocas o cavernas en varias partes del mundo revelan que, desde tiempos prehistóricos, la habilidad de los humanos para aprovechar diversos recursos naturales para fabricar pigmentos naturales.
Los primeros pigmentos utilizados en la antigüedad fueron preparados a partir de extractos vegetales y compuestos minerales que se mezclaban con aglutinantes orgánicos a base de resina o grasa. En la actualidad, es posible apreciar que los pigmentos utilizados por los artistas rupestres consistían en colores negros, rojos y ocres, ya que, al componerse de minerales como arcillas y óxidos de hierro o de manganeso, han resistido el paso del tiempo y permitieron que en nuestros días aún podamos admirar estas obras milenarias. Sin embargo, los pigmentos creados mediante extractos de plantas no perduraron debido a su alta degradabilidad.
Miles de años después de que los artistas rupestres inventaran los primeros pigmentos, importantes artistas de la Europa del siglo XVII, como Caravaggio o Rubens, se enfrentaron a grandes dificultades para obtener pigmentos azules perdurables, pues los mejores disponibles provenían del mineral lapislázuli, y no solo eran caros, sino también difíciles de fabricar. Por eso, en Europa el azul ultramarino era utilizado sólo para los trabajos más importantes y para diferenciar personajes bíblicos y a la realeza.
En cambio, en varias regiones del actual México, el azul era utilizado para pintar murales con temas más cotidianos. Los arqueólogos que estudiaron dichos murales se sorprendieron al descubrir algunos con colores azules en la región maya con antigüedades de hasta 300 años d. C. Quizás algunos de los más famosos se encuentran en el templo de los Guerreros en Chichén Itzá, en los de Bonampak y de la zona arqueológica de Cacaxtla. Los arqueólogos estaban desconcertados por la persistencia del pigmento azul utilizado en ellos, así que fue llamado azul maya.
La planta de añil (Indigofera suffruticosa) ha sido utilizada desde tiempos antiguos para obtener el colorante índigo, y estaba ampliamente disponible en la región maya, pero se utiliza principalmente para tintes de textiles en lugar de pintura (es el mismo tinte natural que se utiliza para teñir la mezclilla). Dado que el índigo, al igual que otros pigmentos de origen orgánico, palidecía rápidamente a la luz del sol y la humedad cuando se utilizaba en la pintura, los arqueólogos pensaron que los mayas no podrían haber usado el mismo colorante para pintar sus murales. Por ello inicialmente se consideró que se trataba de un nuevo pigmento de naturaleza mineral.
Fue hasta finales de la década de 1960 cuando, gracias a los avances tecnológicos para la caracterización de materiales, se descubrió que la razón de la resistencia del azul maya a través de los siglos se debía a que los artistas mayas habían mezclado el tinte de la planta de añil con una arcilla llamada palygorskita. Con base en estudios más recientes de análisis térmico, sincrotrón y difracción de neutrones, así como modelado químico, se determinó que el color único y la estabilidad del azul maya se explica por un nuevo modelo donde el índigo llena los poros presentes en la superficie de la arcilla formando un complejo orgánico-inorgánico unido por puentes de hidrógeno. Este nuevo concepto de la estructura del azul maya sugiere algunas posibilidades novedosas para obtener pigmentos más duraderos y respetuosos con el medio ambiente. Es sorprendente pensar que los antiguos mayas combinaron habilidades en química orgánica y mineralogía para crear una nanotecnología importante: el primer pigmento orgánico permanente.