La filosofía fuera de un dilema
Ramsés Oviedo Pérez
Los espectros sociales de la filosofía no son pocos, por ejemplo, hablar de la “didáctica de la filosofía” acarrea dos expresiones principales y problemáticas. Una se condensa en lo referente a “aprender filosofía” (orquestada como si fuera de fácil digestión), y la otra en “aprender a filosofar” (a veces enunciada con tono imperativo). Creo que son determinaciones complejas, aparentemente dilemáticas, pero se amerita una reflexión que supere los alcances de ambas. ¿Será imposible? Mientras llega el Día Internacional de la Filosofía me gustaría intentarlo.
En muchas de las escuelas y facultades donde se enseña filosofía existe un tipo de acuerdo implícito que repara en dos contundentes afirmaciones: por un lado, se dice que la filosofía es una cosa y filosofar otra; por otro, se dice que filosofar y filosofía gozan de provechosas convergencias. Visto con lupa, es la base de una buena polémica, son posturas contrarias. Sin embargo, como todo depende del sistema de coordenadas teóricas de partida ––y de arribada––, lo que a mí me ha parecido conveniente es tomar en cuenta cómo se institucionalizan la filosofía (académica o mundana) y la enseñanza de la filosofía, ver cómo se articulan, se realizan, a sabiendas de la diversidad de actores sociales que intervienen.
La institucionalización de la filosofía resulta el contexto toral donde se intenta responder a ese gran tema universitario, el de la didáctica, que es traducción de saberes. Los planteamientos que han dado alguna respuesta tienden a minimizar la actividad filosófica bajo la premisa de que no es productiva en contextos escolares (elogio neoliberal); pero también tienden a maximizar esa actividad asumiendo que la filosofía es un gran catalizador educativo (alternativa democrática). Conviene no cerrar los ojos al sostén porque la Universidad es responsable de los alcances y percances de la “didáctica de la filosofía”. Pues la labor de un docente en filosofía se circunscribe a contenidos programáticos y actitudes determinadas que habilitan y justifican la labor del pensamiento filosófico. Por eso, los procesos de enseñanza/aprendizaje no podrían abstraerse en una sola expresión, son procesos situados. En tanto, la didáctica universitaria de filosofía depende de la potestad de una burocracia, los estudios en filosofía deberían tomar al toro por los cuernos y ofrecer siempre una sólida formación en todos los aspectos correspondientes al manejo de teorías y prácticas educativas sobre la propia filosofía.
Claro que las autoconcepciones de la filosofía (o criterios de la autojustificación del oficio filosófico) tienen por encargo estructurar y articular una “forma de conciencia” social, en la que, por supuesto, caben las mil y una distinciones sobre los modelos de enseñanza de cada “práctica filosófica”; sin embargo, en función de que en la universidad se juegan no pocos sentidos y significados de la filosofía, me gustaría desenjaular de mi mente el concepto de “epistemología de la didáctica filosófica”, y que se enfrente al añejo problema de enunciar los principios, objetivos, contenidos, métodos, formas y medios de la filosofía. Es decir, la institucionalización de la filosofía tiene que afrontar ––y saber atajar–– su propia didáctica, para crear una didáctica especializada, e ir configurando de manera sistémica y sistemática el pluralismo teórico y práctico de los saberes que comparte. Una vez afinado el oído y el intelecto a cada propuesta teórica, entonces sí caben los debates de las escuelas filosóficas. En suma, en vez de anteponer la exclusión “aprender filosofía o aprender a filosofar” lo valioso sería la inclusión. Mejor celebración no se puede…