Karen Blancas Gutiérrez
Como la vez primera, con el corazón henchido, transferí energía al aguacate que ya había comenzado a crecer. En un rito silencioso, sus raíces se conectaron a mis entrañas y mis miradas diarias, como fotones, le servía de alimento para virar hacia arriba como queriendo alcanzar al mismo sol.
Pocos días habían pasado cuando comenzó a secarse. No había nada que alguien pudiera hacer. Su corta existencia tocó su punto máximo. Mis adentros se movieron, se ajustaron expulsando con amabilidad pero con firmeza todo aquello que ya no crecerá. Como olas violentas el enojo y la resignación me golpeaban. Intempestivamente para mis planes, sucedió.
Una fuerza mayor a la gravitacional me colocaba sobre la tierra, los talones taladrados al piso sosteniendo mi cuerpo erguido y sin ánimo descifraban la nada, no veía nada, no pensaba nada, no sentía nada. Después de que las lágrimas limpian mi espíritu, no había nada. No estaba ni triste, ni enojada, ni resignada. No me sentía como, desde siempre escuché que uno debía sentirse. Y es que Darwin lo sospechaba, las emociones están bien ligadas al contexto cultural y eso a veces nos engaña, nos atrapa, nos envuelve y nos entristece y no es que no haya habido razón para entristecerme, es más bien que me permití entender la naturaleza del evento. Alteraciones cromosómicas, enfermedades endocrinas, inmunológicas, infecciosas y malformaciones del aparato genital o disfunción placentaria son las principales causas; tan aterrador como interesante.
Como tantos otros argumentos, este no forma parte de la educación básica, no obstante, sea tan frecuente como que un tercio de la población femenina en edad fértil ha sufrido o lo sufrirá. Mi corazón se achicharra y mis ojos se humedecen cuando pienso que, a causa de mi pérdida involuntaria, podría estar encarcelada o bien, puede haber sufrido violencia psicológica de parte de quienes deberían contener, cuidar y asesorar, como sucede con al menos 200 mujeres en México y ¿quién podría dar un numero claro en toda Latinoamérica? Cuando se olvida que ningún evento humano puede serle ajeno a otro humano porque la transformación en seres despreciables se ha comenzado o peor aún se ha terminado, se crean leyes que encuentran el culpable en quien, en un momento de vulnerabilidad e inconsciencia, se hace responsable, bajo presión social, de lo que se dicta como incorrecto, antinatural o pecado, enmascarando así la profunda ignorancia y egoísmo que cobija a nuestros gobernantes.
Tlazolteotl llevame al Toctitlan, teje en mi vientre una luna; que mengue, que crezca, que mueva mis mareas. Rocío mis raíces con el calor de las hierbas, que el vapor me recorra por completo y se lleve el frío. Tlazolteotl ¡ocúpate de nosotras! Abona las mentes inmundas de aquellos que señalan para que florezca en ellos la razón y un día pidan perdón.
Ka’a aak