
Estudiante de Licenciatura en Física en la Facultad de Ciencias UASLP, miembro del Comité de Organización de la Olimpiada Potosina de Física, miembro de la Tuna Cuántica, tesista en el Laboratorio de Altas Energías del Instituto de Física de la UASLP. Fue una de las ganadoras del Concurso de Cuento para Alumnos Universitarios “Historias Cuánticas” con motivo del Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuánticas.
María de los Ángeles Rodríguez López
—¡Ricky! ¡Ricky! ¿Dónde se habrá metido ese condenado gato? A ver, Adrián, fíjate si ya se subió pa’ la azotea.
Mi hermano puso cara de disgusto, dejó la partida en línea que estaba jugando en su celular y subió por las escaleras. En este punto ya toda la colonia sabía de nuestro gato, y es que no era para menos: un gatote negro, gordo, fuerte; nunca había visto tal majestuosidad en algún animal. Siempre que lo llevábamos a vacunar, cuando había campaña contra la rabia, era todo un show; solíamos agarrarlo entre mi hermano y yo, él lo alcanzaba y yo, pese a terminar toda arañada y tener que soportar su cara de disgusto de “ahora no humano, ¿qué deseas?” y sus gruñidos animales, lo metíamos en mi mochila de la escuela. Y todo el camino sólo se escuchaban sus quejidos, sus maullidos causando lástima. Pero yo no le creía, sabía que, en cualquier oportunidad, el condenado gato saldría corriendo a esconderse debajo del colchón, de la mesa, o simplemente me arañaría para demostrar que él mandaba.
“¡Qué gato!” decía el veterinario, y yo, pese a ser mi gato el más malvado de todos, lo sostenía del collar y de la panzota que tenía. “Ahora sí, doctor, haga lo que tenga que hacer antes de que se ponga más tenso”. Y el doctor, más por obligación que por ganas, le jalaba el cuero del cuello y lo picaba con la aguja. El Ricky solo mostraba sus colmillos afilados en muestra de dolor, pero después solamente se lamía sus bigotes y abría sus pupilas como diciendo “bueno ya pasó, déjenme en paz”.
“Déjame tomarle una foto, es que está muy chulo tu gato, ¿cuántos años tiene?” El veterinario sacaba su teléfono y el condenado gato se acurrucaba en la mochila posando para la cámara. A pesar de tener el pelaje más negro que la noche, se notaban sus bigotes, sus orejas y la pelona que tienen todos los gatos negros. “Tiene tres, los acaba de cumplir” le dije. “Pues sí que está bonito, cuídalo mucho. Bueno, hasta pronto Ricky, sé un buen gato”
Y cerrando el cierre, ya sin tener que forcejear con él, procedía a guardarlo porque él sabía que ya era hora de volver a casita. En el camino de regreso, lo consolaba del piquete que le habían dado para que no se fuera a poner más bravo; le decía que, si quería, pasaríamos a la tienda a comprarle su sobrecito de whiskas, si es que doña Nancy ya había resurtido, porque creo que por glotón ya se había acabado todos los sobres de la tienda.
Llegando a casa le serví sus croquetas y su agüita, pero estaba cansado, los paseos en morrales siempre le gustaban, pero el piquete le había causado sueño. Cuando le abrí la mochila parecía todo adormilado, entonces lo agarré y lo recosté en su parte favorita del sillón. Era curioso que ya estaba toda hundida, llena de pelos y arañazos porque era su segundo lugar favorito de la casa.
“¿Cómo les fue? ¿no arañó al veterinario?”. “No, lo agarré fuerte, y hasta le tomó una foto”. “Ay condenado gato, pero si estás bien bonito” le dijo mi mamá agarrándole las patas delanteras que tenía colgando mientras estaba hecho bolita”. “¿Y qué te dijo?”. “Que está muy sano, y que pronto va a querer buscar una gata porque ya es un adulto, que lo cuidemos”.
—¿Sí está en la azotea? — volvió a gritar mi mamá.
Y en lo que bajaba mi hermano y volvía a subir, ahora con la linterna del teléfono encendida, ella lo seguía por las escaleras. “¡Ricky!” Se escuchaba arriba de la casa, junto con unos aplausos, porque mi mamá se acostumbró a hablarle así, y pese a que es extraño, también le hacía caso. Cuando le conté a Heriberto que mi gato era inteligente y que hasta prendía el foco de la sala, me dijo “no manches, si mi gatilla hace eso, yo la dejo ahí y me salgo corriendo, ja ja ja”. Él también tiene una gata negra, pero es más chiquita, menos brava, pero igual de negra y peluda que mi gato.
—A ver, María, fíjate si no se bajó ya y está en la cochera.
Y me tuve que parar y abrir la puerta de entrada y asomarme a ver si no estaba debajo de las plantas, o en la grava haciendo sus necesidades.
—No, déjame me asomo más allá.
Y me fui asomando debajo de los coches de los vecinos. ¿Cómo ves a un gato negro por la noche? Lo que me preocupaba es que ya llevaba rato sin aparecer, creo desde que llegué de la universidad no estaba en mi cuarto. Yo creí que estaría dormido, porque la medicina que le dieron estaba muy fuerte. Cuando me fui le dije que se pusiera bien, no me gustaba verlo así, todo triste y sin ganas de hacer nada.
El día que me lo trajo Vianey, mi hermano y yo no sabíamos que hacer. Era la primera vez que teníamos una mascota, me lo llevé al trabajo en mi bolsa y Juan, un compañero, estaba bien fascinado con él. “Ponle Salem” me dijo, “está bien bonito, yo tengo dos”. Y sacó su teléfono para enseñarme un gato pinto y uno siamés. “Yo creo que Ricky le queda bien” le respondí, cuando le hablé por ese nombre sí me volteó a ver”.
Mi mamá no estaba tan contenta: “¿Y quién va a cuidar a ese animal?”, “nosotros”, “pero si ni estás en la casa”, “pero es un gato”, “¿y qué va a comer?”, “pues croquetas, y leche, creo, no sé, voy a buscar en internet”, “¿y quién le va a comprar eso?”, “pues yo”. “Ay, de veras con ustedes, a ver enséñamelo”. Y le enseñé al gato todo dormido dentro de la bolsa. Le gustaba asomar la cabeza en las bolsas de mandado, en la mochila. A mi hermano le causaba mucha gracia que se quedara dormido encima de mis tareas, que abriera la puerta con sus patas, que se subiera al asiento de su bici, y que, si tenía hambre, nos “hablara” frente a su plato.
—No está, ¿a qué hora llegaste de la escuela?
—Temprano, me fui nomás a mi clase de las cuatro y llegué como a las 8:00.
—Ay, a ver si no se lo robaron, ¿sí se tomó la pastilla?
—Sí, mañana tenía que llevarlo de nuevo con la vet, a que le quitaran el catéter.
—Se va a lastimar.
Y ya no dije nada porque se me hacía un nudo en la garganta de sólo pensarlo, le gustaba salir a acostarse al colchón del patio del vecino, pero más allá no, porque no se veía cómodo con los carros.
¿Cuándo lo descuidé tanto? Por ser vacaciones Don Chuy me había pedido cubrirle en las mañanas a las compañeras y yo acepté. Pero cada vez que regresaba, estaba en la ventana asomándose, esperando a que llegara a sentarme a hacer mis tareas. “Vas a tener que comprarle otras croquetas, una dieta especial, y desde que llegaste no ha dejado de maullar, te quiere mucho ¿verdad?” me había dicho la veterinaria, “mira, le pelamos su patita para ponerle el suero, no ha querido comer, pero ahorita que estás tú, ofrécele a ver si así quiere”
“Pues un estado cuántico es aquel donde existe la partícula, pero no lo sabremos hasta que lo observemos, como el experimento de la doble rendija” decía el profe José en la clase de cuántica.
“¿Sí conocen el gato de Schrödinger? ¿no?”
Y Danna le preguntaba al profesor que qué era eso, que si era su mascota o algo. “Pues es una analogía de lo que podemos interpretar de la mecánica cuántica. Nos relata acerca de la superposición de estados en las que puede estar algún fenómeno cuántico. Ponemos a un gato en una caja sellada junto a un matraz con veneno y un dispositivo con una partícula radiactiva. Si el dispositivo detecta radiación romperá el frasco, liberando el veneno que matará al gato. Y solo abriendo la caja sabremos si el gato vive o no”. “Ay no, profe, qué feo, por qué le van a hacer eso al gato”. “Es que así va el experimento. Es solo un ejercicio mental”
—Ya mañana aparecerá, ya vámonos a acostar —. Mi mama apagó las luces y cada uno se fue a su habitación.
—¿Crees que aparezca?
—Espero que sí.
–Es que me preocupa.
– A mí también—. Mi hermano se fue a jugar un rato más
–Apaga la luz, que tú la prendiste—le dije, pero de igual forma me tuve que parar yo, porque ya no salió de su cuarto.
“Amigos, mi gato lleva una semana y media perdido, tiene tratamiento para los riñones, es mi primer mascota me dolería mucho no encontrarlo, si alguien sabe algo por favor mándeme mensaje a **********. Se perdió por los alrededores de privadas de la hacienda, doy recompensa. Ayúdenme a que regrese a casa, y si pueden compartir estaría bien, gracias.”
—Yo creo que ya no va a volver.
—Pero si ni siquiera sabemos si se fue.
—Pero los gatos son así.
Ya no le dije nada porque aún tenía la esperanza de que volviera. En todos los gatos negros que encontraba en la calle, lo veía, hasta que al acercarme más resultara que este no tenía la cola esponjada, este otro no tenía la panzota, o la suficiente pelona. O simplemente, cuando me miraban de frente, no lo hacían como mi gato.
Mi gato termino en un estado cuántico, donde vive en todos los gatos negros, pero “al abrir la caja”, no son Ricky.