Por Isabel Sada Ovalle
Facultad de Medicina, UASLP
La desorientación vocacional que aqueja a muchos estudiantes al terminar la preparatoria es un fenómeno preocupante. Es desalentador ser testigos de cómo, en los días de inscripción a las carreras universitarias, algunas y algunos jóvenes toman decisiones trascendentales motivados por influencias externas y no por un genuino llamado interior. Con frecuencia, observamos cómo se inscriben en programas como medicina, derecho o ingeniería únicamente porque la mayoría de sus amigos han optado por esas mismas opciones, sin realizar una profunda reflexión sobre sus verdaderas aptitudes, intereses y proyectos de vida. Esta elección apresurada y carente de un sólido autoconocimiento puede tener repercusiones negativas en su trayectoria académica y profesional futura.
Es imprescindible que las autoridades de las escuelas preparatorias, tanto públicas como privadas, junto con el cuerpo docente, tomen la determinación de atender esta situación con la seriedad que merece. Los cursos de orientación vocacional deben ser repensados y rediseñados para responder a la realidad actual de los estudiantes, sus auténticos deseos e intereses personales. Es fundamental que los encargados de impartir esta valiosa formación se mantengan en constante actualización y trabajen de manera coordinada con otros expertos, conformando equipos multidisciplinarios capaces de brindar un acompañamiento integral a las y los jóvenes.
Sólo a través de un proceso de orientación vocacional robusto, que profundice en el autoconocimiento y brinde herramientas para discernir sus verdaderas inclinaciones, las y los estudiantes podrán tomar decisiones acertadas sobre su futuro profesional. Esta labor requiere un enfoque personalizado que los ayude a desentrañar sus habilidades, pasiones y metas de vida, alejándolos de elecciones precipitadas motivadas por influencias externas o modas pasajeras. Es nuestra responsabilidad como instituciones educativas guiarlos hacia una elección vocacional auténtica y consciente que se traduzca en trayectorias profesionales plenas y satisfactorias.
Como bien señala el filósofo mexicano Eduardo Nicol, “la vocación no se reduce a la mera elección de una carrera o ejercicio profesional, sino que trasciende a las razones más íntimas de nuestro ser que nos mueven a elegirla”. Es ese llamado interior el que anhela expresarse plenamente a través del estudio y práctica de una disciplina en particular. Sólo cuando logramos canalizar nuestra esencia más profunda en la vocación acertada, alcanzamos la realización plena de nuestra vida y nuestro potencial humano.
Lamentablemente, son muchos los casos de estudiantes que no logran descubrir esa vocación auténtica y, en consecuencia, su formación profesional se torna mediocre o insatisfactoria, viéndose obligados a buscar realización en actividades alternas o “hobbies”. La raíz de esta frustración radica en no haber atinado con la profesión que resuena con su verdadero llamado vocacional. Por ello, el mayor desafío que enfrentamos es encontrar esa ocupación que nos permita canalizar nuestros dones y pasiones más profundas, aquella que nos haga vibrar en resonancia con nuestra esencia interior.
Sólo mediante un proceso de introspección guiada y un robusto programa de orientación vocacional, podremos acertar en esa elección trascendental. De lo contrario, corremos el riesgo de transitar por senderos ajenos a nuestra naturaleza más genuina, condenándonos a una existencia de mediocridad y vacío existencial.
Es cierto que, salvo casos excepcionales, la vocación no encuentra su máxima expresión únicamente en el ejercicio de una profesión. Si bien es crucial elegir aquella ocupación que más se acomode a nuestras inclinaciones naturales, lo verdaderamente trascendental es que nuestra vida entera sea el fiel reflejo de ese llamado interior. Será el esfuerzo tenaz y constante por expresar nuestra vocación genuina, el que vaya forjando nuestro carácter y los triunfos o fracasos que experimentemos en este camino serán los que modelen nuestra personalidad más profunda.
En mi caso particular, me decidí a estudiar medicina porque me proporciona una visión precisa de la naturaleza humana. Sin embargo, esto no es suficiente, pues el valor de la ciencia pura radica en su valor filosófico trascendente. Y únicamente la confluencia de la medicina, la filosofía y la teología me brinda una visión integral y completa de la verdad última a la que todo ser humano aspira.
Nuestro mayor deber entonces, es encontrar la profesión que se acomode a nuestra vocación más íntima, sin olvidar que debemos vivirla plenamente en todos los momentos y ámbitos de nuestra existencia. Para algunos, esta vocación aparecerá como un ideal magnífico: aliviar el sufrimiento para los médicos, hacer justicia para los abogados, crear y construir para los ingenieros. Pero para todos, la tarea común y el mayor desafío será mostrar con nuestras propias vidas que esta verdad esencial habita y se manifiesta en nosotros.
Sólo encarnando dicha verdad en una existencia coherente con nuestro llamado más genuino, lograremos trascender y dejar una huella perdurable en este mundo. Ésta es la senda hacia la plenitud, la única que nos permitirá saborear los frutos más dulces de una vida realizada.